Hace tiempo ya que tengo deseos e intención de escribir
sobre la “obligación aparente de dar el pecho”, y el sentimiento de culpa que
puede surgirle a una madre, deseosa de hacerlo, cuando nazca su bebé, y que
finalmente, por el motivo que sea, no logra hacerlo. Pero también, de aquellas
mamás que "eligen" no hacerlo (en ocasiones sintiéndose obligadas a
dar el biberón, por las dificultades diversas, como las laborales, para dar el
pecho a su bebé), o porque les supone una dificultad personal o emocional (por
cualquier causa).
Pensaba en cómo redactarlo, con la mayor sensibilidad y mi
sentido respeto hacia TODAS las madres, no sólo hacia un grupo de éstas, tanto
las que dan el pecho, como las que no lo han dado ( reitero, ¡¡ por el motivo
que sea !!: por elección propia o por dificultades alrededor de la lactancia).
Recuerdo como una colega me relataba que en un grupo de
asesoramiento sobre crianza (asociado a una reconocida clínica de maternidad,
que ofrecía “partos respetados”), al que asistía, las madres que no daban el
pecho sentían cierto rechazo, y acababan dejándolo.
Hace años, cuando aún mi hija Sara no había nacido, comencé
a interesarme por la lactancia materna. Deseaba fervientemente dar el pecho a
mi futuro/a hijo/a. Leí, me informé, y finalmente cuando mi hija estaba cerca
de nacer, adquirí posibles herramientas
que pudieran ayudarme si surgiesen dificultades (sabiendo o creyendo, que por
vivir en un país extranjero, éstas complicaciones pudiera ser que tuviese que
ser yo misma quién satisfaciera la forma de solucionarlas, al menos
inicialmente).
Mi hija nació, …, sin embargo no pude darle el pecho. Aquello
me produjo mucha tristeza, y apareció el sentimiento de culpa que os nombraba.
“Lo intenté todo”, me decía, “lo estoy haciendo bien, le estoy dando el biberón
como si del pecho se tratara” (hablo de ello en una entrada de este blog, en
2012, y que titulé así “Dar el biberóncomo si fuera el pecho”. Esto último me ayudó, pero no fue hasta que lo trabajé
terapéuticamente, con mi comadrona que pude trabajarme ese sentimiento de culpa,
afrontarlo abiertamente y elaborarlo, así éste desapareció, dejándome libre de ser la madre de mi hija tal y como lo estaba siendo, "sin
taras supuestas" en mi maternidad.
Quiero aclarar algo que considero sumamente relevante, que es
sólo una pequeña muestra de la altísima calidad en la atención sanitaria en
Suiza (como he podido comprobar, especialmente, en materia de maternidad, con
mujeres embarazadas y con los menores). En este país, después del parto viene
una comadrona a asistirte a casa, para supervisar la evolución de la madre, la
relación de la mamá con su bebé, solucionarte posibles dudas, asesorarte,
apoyarte y acompañarte, algo que es una grandísima ayuda, y que sería
formidable se instalara en el servicio de salud español). Y que “casualmente”
(no creo en las casualidades, …, sino en que las cosas suceden por/para algo) en mi caso, mi comadrona era una gran mujer,
no sólo profesional, una luchadora inmigrante, que había conseguido ejercer su
profesión en un país que no es el suyo, y que además era terapeuta de traumas
por parto, usando el método EMDR, lo que fue una algo totalmente significativo
en mi historia con mi niña, y por tanto, para nuestra familia.
Así que … no es casual que en Suiza haya una Asociación de
Psicología Perinatal, como ya me informé, a través de la AEPP (Asociación
Española de Psicología Perinatal) antes de venirnos a vivir a nuestro país de
acogida. Esto es una muestra más de su
gran calidad en la atención a la mujer embarazada y a los niños, como os decía.
… Y volviendo a lo que os nombraba de hablar sobre mi deseo
de escribir sobre “dar el pecho”. Una persona muy relevante para mí, a quién
quiero mucho, me dijo “Mar, tranquila, …, déjalo ir, dar el pecho en ocasiones
está como convertido en lo único, lo mejor, de alguna forma sobrevalorado, en
el sentido de que si no lo das, parece que estés haciendo algo mal como madre, que
le estás robando algo a tu hijo/a, pero mírala, Sara es feliz”… Y así era, así
es, sólo había que ver lo alegre que era, es, desde bien bebé, su carita de
felicidad, de satisfacción.
Parece que una madre que no ha dado el pecho, y lo deseaba,
o sin desearlo pero escuchando siempre el mensaje de que “dar el pecho es lo
mejor” (¿por tanto también las madres que lo dan son las mejores, y las que no
son “malas”?) tiene que perdonarse, porque aunque lo haya intentado todo, no lo
ha conseguido, ni aún con ayuda (debido a determinadas circunstancias, por
ejemplo). O, si ha elegido no hacerlo,
por el motivo que sea, entonces, quizás, sin ni darse cuenta del todo, cargue
con cierto sentimiento de culpa, que pueda costarle incluso reconocerse, si
esto le causa dolor, llevándole a sentir en ocasiones que entonces "es
peor”, porque “ni siquiera lo ha intentado”, “porque ha decidido ser egoísta y
no ha primado lo que supuestamente era mejor para su hija/o…”.
Esas primeras semanas, incluso meses, tenía presente el
ejemplo de una gran colega, y mejor madre, que había criado a sus tres hijos,
sin darle el pecho ( el qué había pasado tras esta "supuesta decisión" no lo hablamos profundamente hasta después de nacer Sara,
al hablarle de mis propias dificultades; hablar "en voz alta" de
estas dificultades de la maternidad, en el puerperio, reconocerlas, no es
fácil...como dice Ibone Olza ), y cuya relación con ellos era/es magnífica…
Recordar esto, y que estaba dando el biberón, como si fuera el pecho, me ayudaba.
Finalmente, tras esos encuentros terapéuticos con mi
comadrona, mi culpa, al trabajarla, desapareció, lo que me hizo sentirme
COMPLETA como madre. ¡¡ Gracias Gara !!, como ya te he dicho desde lo más
profundo de mi ser, pues me ayudaste a ser la madre que deseaba, con tu apoyo.
No una madre "reducida" porque a pesar de mi amor, de querer lo mejor
para ella, yo no había podido hacerlo, fuiste una gran facilitadora de la sensación de restaurar mi respeto a
mi cuerpo, de sentir "que nada estaba mal en mí" , me ayudaste en mis darme cuenta, a sacar esa tristeza de mí y volver a sentirme verdaderamente feliz, lo que sí fue significativo para mí, mi pequeña, y nuestra familia, frente a mi anterior sentimiento de carencia.
Así que, cuando hoy mismo he leído un artículo de Ibone
Olza, que me ha encantado, maravillado, pues es como si explicase todo aquello
que siento, y quería plasmar en mi entrada, que no terminaba de saber cómo
hacerlo (especialmente porque no quería dañar la sensibilidad de ninguna madre,
no quería dividir a las madres, ni enfrentar a éstas) he decidido
inmediatamente compartirlo en mi blog, pues considero totalmente necesario su
reproducción, que llegue a todas las mujeres embarazadas, y a madres que aún
no han restaurado o elaborado este episodio de su vida, que quizás pudo ser una
"pérdida" para ellas en su maternidad. Por ello reproduzco estas
palabras de la Doctora Ibone Olza, “como si fueran mías”, en el sentido de que
me siento totalmente representada en sus palabras, en lo que siento y pienso,
como si fueran totalmente mías:
“Desde luego que angustiar o amenazar a las madres que optan
por no dar el pecho no es la manera de promover la lactancia materna, sino más
bien de enfrentar y dividir una vez más al colectivo de mujeres madres y
probablemente a la sociedad. Dar el pecho no es lo mejor, pero sí lo normal
(como bien dice en su blog la lactivista Patricia López Izquierdo ). La leche
materna es el mejor alimento para los más pequeños, pero dar el pecho no es
siempre lo mejor: a veces, por desgracia, es lo más difícil”.
“…defender y apoyar la lactancia materna: ser lactivista.
Pero no como sacrificio ni como martirio, sino como fuente de placer y
bienestar… Por gusto, por salud, por disfrute”. “La leche materna es el mejor
alimento para los bebés, pero dar el pecho no es siempre lo mejor”.
La doctora nombra alguna de las dificultades asociadas en
determinadas problemáticas, que hacen muy complejo y en ocasiones llega a imposibilitar dar el pecho a tu hijo/a, aunque no especifica otras como
posibles problemas de salud de la madre, o estrés psicológico de ésta (asociado
a problemas en el embarazo, la gestación, el parto, o en el bebé tras nacer
éste).
Si todas esas madres considerasen la lactancia materna como
la única buena opción para “darles los mejor” a sus hijos, a nivel emocional
(ya no sólo alimenticio), estaríamos añadiéndoles una presión a su ya quizás
estado psicológico-emocional complicado en esos momentos tan difíciles para
ellas (y para los padres) y dificultando aún más que la dar el pecho sea aún más
una labor muy estresante para la madre. Provocando que lo supuestamente mejor
para el bebé no lo sea, pues lo realmente sano para éste, no depende del tipo de
lactancia que se le dé, sino de la relación que se cree entre la díada
mamá-bebé, y ésta puede ser muy saludable aún si no se le da el pecho (siempre que
esa relación sea cuidada por la madre así como respetada por el entorno que
rodea a ésta, tanto familiar como por los profesionales que la supervisan).
Así lo sentí yo, en el ámbito tanto del hospital, por todos
sus excelentes profesionales, como después en casa, por mi magnífica matrona,
que estuvo apoyándome, sosteniéndome, conteniéndome, en todo momento, ante mi
deseo de dar el pecho, durante semanas, hasta llegar a hacerlo igualmente,
cuando tras éste intento , me ayudó a aceptar mi imposibilidad para hacerlo, y a
transcurrir a la nueva decisión de darle el biberón, como si fuera el pecho,
como había hecho hasta ese momento, pero ahora ya como algo “definitivo” (no
intentándolo compaginar con darle el pecho previamente, en cada
toma). Mi sentimiento de culpa porque “algo no funcionaba bien en mí, en mi
cuerpo” era algo que no estaba asociado al magnífico trato que recibí, ni a
toda la ayuda, sino en gran parte a mi experiencia por tres embarazos previos en los
que había perdido a mis amados hijos, y que continuó tras el parto, por esta
gran frustración de sentir que me estaba perdiendo toda la experiencia de darle
el pecho a mi hija, y no poder darle a ella “lo mejor”.
Así que no fue hasta superado este episodio, que pude darme
cuenta, y ser del todo consciente, que la manera tan amorosa en que estaba dando el biberón a mi niña,
como si fuera el pecho, estaba siendo igualmente maravilloso para nosotras,
para mi hija y para mí, en cada toma, y cómo con estos preciosos encuentros, estábamos
creando también nuestra bonita relación, …, hasta que posteriormente descubrí
que el vínculo que habíamos coconstruido, juntas, era inicialmente gracias a esta vivencia,
y al magnífico apoyo de mi marido para hacerlo.
Os recomiendo la lectura del artículo “El pecho no es lo mejor”
, de la Doctora Ibone Olza, que os reescribo en su totalidad a continuación.
(Este texto es el
primer capítulo de mi libro Lactivista, publicado por la editorial ObStare en
2013. Estaba colgado en otro blog pero hasta ahora no lo había publicado aquí.
He considerado que era el momento de colgarlo, tras leer en los últimos tiempos
algunos textos sobre el tema con títulos lamentables).
Hay madres que han
intentado amamantar y lo han dejado a la semana del parto, con grietas en los
pezones y dolor en el alma. Madres seropositivas que han optado por la
lactancia artificial para excluir por completo la posibilidad de transmitir el
VIH a sus bebés por la leche. Madres que sufrieron abusos sexuales en su
infancia y a las que la sola idea de que el bebé succione su pecho les produce
un profundo malestar. Madres anoréxicas o bulímicas a las que alimentar a sus
bebés les supondrá un esfuerzo gigantesco y tal vez una recaída. Madres que son
maltratadas en sus partos y que salen del paritorio anuladas y sin ninguna
energía para poder sostener a sus bebés. Madres que adoptan y madres que
consiguen serlo tras haber superado un cáncer.
Son infinitas las razones por las que una
madre puede decidir no amamantar y cada una de ellas merece el máximo respeto.
Lo que verdaderamente necesitan todos los recién nacidos sin excepción es
sentirse queridos, no sólo por sus madres sino por toda una familia o comunidad.
Las madres siempre necesitan respeto, apoyo y reconocimiento.
Si amamantar se
convierte en una obligación o en un mandato, apaga y vámonos. Si hay madres que
se sienten criticadas, juzgadas o rechazadas por decidir no amamantar lo
estamos haciendo mal las y los que defendemos las bondades de la lactancia
materna. Cada madre sabe qué es lo mejor para ella y para su bebé. Las
circunstancias pueden ser tremendamente complejas. Ha llegado el momento de que
hagamos una reflexión profunda. El mensaje que estamos dando los que promovemos
la lactancia debe ser cambiado, o al menos matizado.
Como lactivista me
preocupa mucho que la defensa de la lactancia materna pueda hacer que las
madres que no han dado el pecho se sientan mal, culpabilizadas o angustiadas
por la salud de sus hijos e hijas. Decir que el pecho es lo mejor es señalar o
culpabilizar de alguna forma a las madres que no optan por el amamantamiento.
Cuando ponemos el superlativo, lo mejor, damos en cierto modo a entender por la
disyuntiva que no darlo es lo peor. ¿Qué madre no quiere lo mejor para su bebé?
En ocasiones lo mejor es enemigo de lo bueno.
Entre el 2004 y el 2006 la agencia pública de
Salud de la Mujer del Departamento de Salud estadounidense lanzó una agresiva
campaña para promover la lactancia materna. Se centraba en alertar los riesgos
de la lactancia artificial. La campaña se difundió en todos los medios y llegó
a incluir imágenes de mujeres embarazadas subidas a un toro mecánico con el
titular: “Nunca correrías esos riesgos embarazada, ¿por qué hacerlo una vez que
el bebé ha nacido?” Joan B. Wolf, profesora de estudios de género en la
Universidad de Texas realizó un análisis muy crítico de la campaña. Para ella
esta se incluía en algo más amplio: la presión para la “maternidad total”. Una
especie de código moral que presiona a las madres para que sean expertas en
todo, en cada una de las dimensiones de la vida de sus bebés, comenzando desde
el útero, renunciando a su individualidad o quedando reducidas a meras
sirvientas cuya tarea principal consiste en proteger a sus criaturas de todos
los riesgos. Wolf se preguntaba además si era ético provocar miedo y ansiedad a
las madres para intentar que amamanten y cuestionaba las, según ella, presuntas
ventajas de la lactancia materna, criticando la metodología de los estudios que
le parecían poco rigurosos (Wolf, 2007).
Desde luego que
angustiar o amenazar a las madres que optan por no dar el pecho no es la manera
de promover la lactancia materna, sino más bien de enfrentar y dividir una vez
más al colectivo de mujeres madres y probablemente a la sociedad. Dar el pecho
no es lo mejor, pero sí lo normal (como bien dice en su blog la lactivista
Patricia López Izquierdo ). La leche materna es el mejor alimento para los más
pequeños, pero dar el pecho no es siempre lo mejor: a veces, por desgracia, es
lo más difícil.
Hay un grupo de apoyo
en internet para las madres que optan por la lactancia artificial. “Fearless
Formula Feeder” es un grupo de apoyo en la alimentación de lactante, fundado
por Suzanne Barston. Merece la pena escuchar a las madres que dan el biberón,
como se han sentido juzgadas por algunos profesionales sanitarios o
avergonzadas al dar el biberón en según qué lugares.
El problema es que hay
muchos intereses ocultos que pueden condicionar la libre elección de las
madres. El negocio que supone para la industria farmacéutica y alimentaria el
mercado de la lactancia artificial es incalculable. Y esa industria tiene unos
tentáculos alargados que llegan mucho más lejos de lo que se podría imaginar,
de maneras invisibles o sutiles.
Para empezar, el
negocio de la leche de fórmula campó a sus anchas durante la segunda mitad del
siglo pasado erradicando casi por completo la cultura tradicional del
amamantamiento.
“Formula feeding is the longest lasting uncontrolled
experiment lacking informed consent in the history of medicine.”
O lo que es lo mismo:
la lactancia artificial es el experimento más duradero sin grupo control ni
consentimiento informado en la historia de la medicina. La frase es de Frank
Oski (1932-1996), que fue catedrático de pediatría de la John Hospkins y editor
de la prestigiosa revista Pediatrics. Todavía a día de hoy es difícil conocer
las consecuencias a largo plazo de la introducción masiva de la lactancia
artificial como manera de alimentar a los bebés a partir de los años cincuenta
y sesenta en el mundo occidental.
Eso generó que actualmente sean una minoría
las mujeres adultas que han sido amamantadas en su infancia o que han visto
lactancias gozosas en su entorno. Amamantar es mucho más fácil si has crecido
viendo a muchos bebés y niños o niñas tomando el pecho en cualquier lugar, a
todas horas y de cualquier manera. Intentarlo sin haber conocido de cerca otras
lactancias puede ser muy difícil.
Por otra parte, aunque a menudo se ha
mencionado la introducción de la lactancia artificial como uno de los avances
que permitió a muchas mujeres la incorporación al mercado laboral, en realidad
este supuesto avance tiene poco de liberación, y mucho de sumisión a una lógica
capitalista que actúa en contra de los deseos de madres y criaturas.
Paradójicamente conforme avanzó la liberación
de la mujer se incrementó la presión sobre el cuerpo de las mujeres. Lo que
seguramente no tenga tanto de paradoja y sí mucho de lógica. Se trata más bien
de un desplazamiento de la presión que la hace más sutil e invisible: ahora
somos nosotras mismas las que interiorizamos y ejercemos la presión dañando
“libremente” nuestros cuerpos. Como dice la feminista Naomi Wolf, “la dieta es
el sedante más potente de la historia de las mujeres”. Y así en este mundo
prácticamente todas las mujeres estamos expuestas diariamente a imágenes y
mensajes que nos recuerdan que más delgadas, más altas, más rubias, más
blancas, con menos pelos y menos arrugas estaríamos mejor…¿Quién puede pensar
que en semejante contexto una elección como no dar el pecho sea siempre un acto
de libertad? ¿Es realmente libre la mujer que elige ponerse implantes de
silicona en el pecho para sentirse mejor, más aceptada o más deseada?¿O está
por el contrario totalmente sometida a una cultura alienante que la anula
diariamente de diversas formas sutiles y perversas? (Hablando de perversión,
merecería la pena mencionar a los médicos que en vez de respetar el principio de
no hacer daño de la medicina (“Primum non noccere”) operan a mujeres totalmente
sanas recortando, amputando, mutilando o plastificando las carnes de sus
órganos sexuales, ya sean los pechos o incluso los genitales externos).
Sueño con un mundo en el que ninguna mujer
odie su cuerpo. La presión actual sobre los cuerpos de las mujeres se ensaña
especialmente con las madres: debemos borrar las huellas del embarazo cuanto
antes de nuestros cuerpos.
Ser madre hoy en día, en esta sociedad
patriarcal y capitalista no es nada fácil. La presión, como decía, es brutal y
al mismo tiempo invisible. Las portadas habituales de las revistas del corazón
nos recuerdan los estereotipos más actuales: “Fulanita recupera el tipazo a las
cuatro semanas de dar a luz”. Borrar las huellas del embarazo en el cuerpo,
junto con una idealización ñoña de la maternidad, que infantiliza y simplifica
al máximo la complejidad de un momento vital de intensidad absoluta. “Tengo un
bebé muy bueno que duerme toda la noche”. “La experiencia más maravillosa de mi
vida”. No caben las ambivalencias, ninguna mujer reconocerá públicamente las
dificultades, las soledades, los miedos o los agobios normales en el puerperio.
Escuchando cotidianamente a las madres
compruebo lo difícil que puede ser la lactancia. Entiendo que muchas no quieran
dar el pecho más allá de las primeras semanas o primeros meses. Me desespero al
comprobar el escaso apoyo que encuentran las madres cuando tienen dificultades
severas con el amamantamiento: las grietas, el dolor o la depresión raramente
son tratadas eficazmente. Sí, te dicen que des el pecho pero casi nadie sabe
cómo ayudarte con los problemas que con frecuencia surgen al inicio. Dar el
pecho con dolor es terrible y síntoma de que hay un problema que diagnosticar y
tratar.
Igual que conozco de primera mano lo
incompatible que resulta mantener la lactancia en la mayoría de los trabajos,
lo ridícula que puede resultar incluso la hora de permiso por lactancia cuando
no se pueden flexibilizar horarios o trabajar desde casa. Al capitalismo sin
duda le beneficia que haya tantas lactancias que terminen abruptamente por un
mal asesoramiento: más negocio de leche artificial, más demanda de
antibióticos, más mercado de medicamentos para muchas enfermedades cuyo riesgo
aumenta con la lactancia artificial.
Soy feminista y para mí
eso significa entre otras muchas cosas defender y apoyar la lactancia materna:
ser lactivista. Pero no como sacrificio ni como martirio, sino como fuente de
placer y bienestar… Por gusto, por salud, por disfrute. La leche materna es el
mejor alimento para los bebés, pero dar el pecho no es siempre lo mejor.
Ibone Olza